Tuesday, November 29, 2005

El poder y la represión


Habrá de un lado, la región del bien, la de la pobreza sumisa y conforme con el orden que se le propone; del otro, la región del mal, o sea la de la pobreza no sometida, que intenta escapar de este orden. La primera acepta el internamiento y encuentra en él su reposo; la segunda lo rechaza, y en consecuencia lo merece.”

Michel Foucault

Escribe: Garabombo

“El gatillo fácil no es propio de dictaduras militares, también lo es, de las dictaduras económicas -llamadas democracias constitucionales- que usan la represión brutal de los regímenes cuarteleros junto a la salvajes medidas del neoliberalismo aplicadas por órdenes del Fondo Monetario, el Banco Mundial y la Casa Blanca. Es decir, parafraseando al profesor James Petras, nos quieren aplastar con dos brazos de hierro; o nos desaparecen a golpes o nos matan de hambre y destruyen nuestra autoestima. Y el inepto, presidente del Perú, Alejandro Toledo, heredó, además del capitalismo salvaje del japonés Fujimori, las mejores conductas de los esbirros militares de los noventa. Para esto, la represión tiene sus gendarmes, ahí están el culpable de los muertos en el levantamiento de Arequipa (2002), Fernando Rospigliosi, uno de los tantos que dice fueron de izquierda, claro cuando la URSS, obsequiaba becas y dinero, también tenemos al ex ministro de opereta Aurelio Loret de Mola, el de la masacre en Puno (2003), se podría definir -dado su gusto por la música clásica- como el de la sinfonía sofisticada para matar indios en el altiplano.

Por último, está Javier Reátegui, el caserito de los programas cómicos, que de tonto no tiene nada, sino, ahí están sus muertos de San Gaban (2004) -campesinos asesinados por la espalda- y además, muy obediente con la política antidrogas, de arrasar con los cultivos de hoja de coca, pues, como todos sabemos, a la DEA, no le preocupa que sus compatriotas o cualquier otro ser humano se achicharre el cerebro consumiendo cocaína, sino que, si existe, sobreproducción de hojas de coca, el negocio del narcotráfico, ya no es rentable para las mafias dentro de los Estados Unidos, -disminuye el precio de la cocaína en el mercado internacional- además, esto afecta al Wall Street y a la misma economía estadounidense, pues, el 30 % de ésta, se solventa con dinero ilegal y turbio. Volviendo al Perú, el juicio -que está paralizado- a Abimael Guzman Reinoso, líder del PCP-SL, ha caído como anillo al dedo a casi toda la clase política, tanto de oficialismo como de oposición- para desprestigiar las protestas del movimiento popular en todo el Perú. La de los estudiantes de la UNI, los cocaleros, los frentes regionales, los campesinos que resisten ante el abuso de las compañías mineras, los agricultores, los profesores del magisterio que tienen una postura, sincera y firme contra la privatización de la educación, las bases de la CGTP como la de Pucallpa, que exigen a sus dirigentes un deslinde con el toledismo y la lucha frontal por la reposición de los derechos de los trabajadores que fueron arrebatados la década pasada. Todos son víctimas de ser acusados de pro senderistas, por romper el orden establecido.

Sin embargo, la violencia de los linchamientos vecinales-urbanos, ocurridas en su mayoría, en los barrios periféricos de Lima, es levantada como novedad por la prensa, cuando estos hechos ocurren desde hace más de medio siglo. Y, hasta, advierten, que cualquiera puede ser víctima de un linchamiento, por equivocación de los propios vecinos. ¿Psicosocial que le dicen?. En fin, el miedo a las protestas del pueblo, no es una cualidad propia del toledismo, sino, también, lo es, de la oposición congresal y los partidos agazapados en el balcón de la democracia, que quieren entrar al congreso o al gobierno el 2006, observan con miedo, la malcriadez de las masas. Será, porque están convencidos de lo que alguna vez escribió este “futurista” del neoliberalismo, Francis Fukuyama, quien, aseguró, que este modelo económico-represivo, era el fin de la historia y el último hombre. Pero nosotros, nos quedamos con el francés Michel Foucault y el epígrafe que da comienzo a este texto.

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